Mientras que en el barroco existió
una inclinación hacia la exaltación del
sentimiento a partir de estructuras muy elaboradas, el ideal del
romanticismo fue ilustrar el triunfo de la pasión sobre la razón a partir de
estructuras más grandes donde prima la textura homofónica y las nuevas
armonizaciones. El último de los
grandes exponentes del periodo clásico serìa Beethoven, después de que hubiese
logrado lo que ninguno de sus predecesores alcanzó tanto por el número y la
gran extensión de sus obras, como por su manera de redefinir las formas y
estilos musicales. Su legado se convirtió en el ideal de hombre libre, al
plasmar en todas sus obras su carácter y pasión, siempre con una reflexión
hacia las tradiciones y costumbres de la época.
Al final de la revolución francesa, las ideas revolucionarias que
propugnaban igualdad, libertad y fraternidad frente a los abusos de autoridad
del antiguo régimen tuvieron un éxito parcial como movimiento libertista, al
ser ecplisadas por el despotismo ilustrado de la creciente burguesía que tomaba
el poder. Los ideales deberían ser completamente renovados para avanzar hacia a
un verdadero modelo de gobierno liberal. Por otro lado, la revolución
industrial hace que se incrementen los avances tecnológicos los cuales
configuraron el estilo de vida del hombre moderno.
Mientras se daba este giro político, los compositores no dejaron de
proyectar sus experiencias musicales en formas como la sonata y el rondó. La
diferencia radica en la nueva expresividad configurada por recursos armónicos y
rítmicos novedosos. Estas nuevas fronteras en la lingüística musical se deben
al movimiento virtuosístico que el estilo póstumo de Beethoven inspiró,
sustentado magistralmente años más tarde por prodigios como el violinista
italiano Niccoló Paganini y el pianista húngaro Franz Liszt. Finalmente, el
horizonte eclipsado por el silencio fue intervenido para desmitificar la
ausencia de genialidad cuando los oídos del mundo escucharon músicas totalmente
revolucionarias en los violines de Paganini y en el pianismo único de Franz
Liszt[1].
El romanticismo es un movimiento intelectual que tuvo su soporte
filosófico en la filosofía cartesiana de Hegel, quien en sus Ensayos sobre estética (publicado con
carácter póstmo en 1835) consideraba a las artes como la personificación de una
entidad primordial (a la cual llamó Geist)
que encerraba en sí misma la mente de los hombres y al mismo universo. También
le dio un lugar importante a la música ya que la música, más que expresar
sentimientos y emociones, se encarga de
elevar el alma hasta reconocerse a sí misma como entidad
autoreguladora.
Por la misma época, el filósofo Arthur Schopenhauer enseñaba su teoría
fundamental en la cual existen varios niveles de “realidad“. Los objetos tal y
como los vemos, oímos y sentimos alrededor de nosotros son meros fenómenos
–datos de percepción sensitiva- y por tanto incapaces de informarnos sobre la
verdadera naturaleza de las cosas. En el otro extremo, y como entidad más real
en el universo, Schopenhauer apunta a una fuerza elemental, ciega y poderosa
que él llama Voluntad, la cual se encuentra representada en diferentes grados
de imperfección en el cosmos, idea que tiene varios puntos de encuentro con el
platonismo clásico, siendo la música; como objeto inteligible, lenguaje
particular y naturaleza escencial del cosmos; una representación de uno de los
niveles más altos del ente racionalizador, al cual llamó Voluntad[2].
Todas estas ideas ayudaron a reivindicar el papel funcional de la música
en la sociedad en especial el papel del intérprete como mediador de realidades
universales, así como la eclosión posterior de varios estilos artísticos como
el cubismo, el impresionismo, el expresionismo, minimalismo, futurismo, etc.
Durante este período, el piano desempeñó una función relevante, fue la época de
la música de salón, del virtuosismo instrumental, del desarrollo técnico, de
las piezas cortas y de los ciclos musicales como principales géneros musicales.
El adjetivo del título de la presente faceta de la literatura pianística
hace referencia al concepto del lirismo como herramienta verbal propia de la
poesía y la literatura, este exige al compositor expresar sentimientos profundos
hilvanados en el amor, la fe y la
esperanza. En música, el lirismo se traduce de la misma manera, solo que para
identificarlo se tienen en cuenta aspectos como la variación melódica, las
sonoridades armónicas y las dinámicas de expresión. El poder de la expresión
lírica depurada por Franz Schubert la había comprendido muy bien otro gigante
de la música, Felix Mendelssohn.
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