El instrumento que da origen a la línea evolutiva del piano es la
cítara, que aparece durante la edad de bronce (año 3000 a.C.)[1].
Al igual que en el piano, la cítara sigue el mismo principio acústico en el
cual el sonido es propagado a partir de la caja de resonancia sobre la cual se
encuentran tendidas todas las cuerdas, sin necesidad de modificar su altura a
partir de un mástil como el laúd antiguo. Se diferencia del arpa y la lira, ya
que éstos tienen su caja de resonancia a un extremo de las cuerdas. Hasta la
edad media surgieron cientos de instrumentos similares a la cítara. Un ejemplo
de ellos es el salterio, un instrumento portátil clave en la tradición judía.
Durante la edad media, las escuelas monásticas incluían en sus oficios
litúrgicos varios instrumentos cordónofos, como el salterio pinzado mediante
púas y el dulcemel percutido, a los cuales le fueron añadiendo mecanismos con
teclado originándose así la primera simiente directa del piano: el dulcemel, el
virginal, la espineta, el clavicordio y el clave. Los dos últimos tienen su
aparición en el año 1360 y 1440 respectivamente[2].
El sonido del clavicordio se produce por una percusión tangencial de las
cuerdas provocado por púas de metal, mientras que en el clave la cuerda es
accionada por un movimiento pinzado (transversal) provocado por una púa de
pluma de ganso, de cuervo o cóndor, llamada plectro. Es por esto que el
clavicordio es considerado el predecesor directo del piano.
El lutier de violines y clavicordios veneciano Bartolomeo Cristofori
(1655-1732) fue llamado a la corte del Duque de Toscana (Italia), Fernando II
de Médici, quien le ofrece el cargo de lutier oficial de la corte, a cargo de
operaciones de mantenimiento, fabricación e invención de instrumentos de cuerda
y teclado. Bajo este mecenazgo, Cristofori diseña en 1690 un novedoso
instrumento con un mecanismo de escape, empleando martillos recubiertos de
cuero y cuerdas hechas de vísceras de animal (como todos los instrumentos de
cuerda de la época), llamando a este nuevo instrumento “gravicembalo col piano e forte”, que traduce “clave con suave y fuerte”. Este ingenioso mecanismo permitía que
los martillos percutieran perpendicularmente las cuerdas con una intensidad
relativa a aquella con que se pulsaba la tecla, además de permitirle al
intérprete una duración de sonido a su gusto. Años más tarde su nombre sería
reemplazado por el de “fortepiano”.
Los músicos de la primera mitad del siglo XVIII realmente anhelaban el
perfeccionamiento del fortepiano, ya que era el instrumento más apropiado
para conquistar nuevas fronteras
estilísticas. Un compositor que da fe de esta expectativa por partes de los
grandes compositores e instrumentistas de la época es Francois Couperin en un
comentario que hizo en 1713:
“El clave es
perfecto en relación con su registro y brillante por sí mismo, pero como no
pueden graduarse ni disminuirse sus sonidos, le estaré eternamente agradecido a
aquellos que con infinitas penalidades y guiados por el gusto tengan éxito a la
hora de conseguir que este instrumento cuente con capacidades expresivas”[3].
En ese mismo año instrumentistas como Pantaleon Hebenstreit (1669-1750)
eran populares en toda Europa con interpretaciones virtuosísticas en un
sofisticado refinamiento del dulcemel percutido comentado líneas más arriba.
Este dulcemel (del año 1700 aprox; era percutido por macillos) carecía de
apagadores para articular los finales de nota, era un instrumento dinámicamente
expresivo de tal popularidad que reconocidos luthiers como Gottfried Silbermann
(1683-1753) fabricaron y vendieron cientos de dulcemeles.
Durante los siguientes cuarenta años aparecieron numerosos instrumentos
experimentales inspirados en el fortepiano, todos ellos con una deficiencia
notable en la calidad del sonido, que radicaba en la ausencia de un mecanismo que
permitiera que el macillo se alejara rápidamente sin bloquear ni alterar la
vibración de las cuerdas. Por esta razón, ninguno de estos instrumentos era
digno para proyectar el lenguaje musical en su máxima expresión.
En 1730 el luthier Gottfried Silberman fabrica el primer fortepiano en
Alemania con el mismo mecanismo de Cristofori, al cual califica J. S. Bach como
“un teclado pesado, poco fiable y de registro agudo muy opaco”. Es a partir de
esta fecha cuando se da inicio a una verdadera evolución del instrumento, donde
cientos de sus piezas y mecanismos son perfeccionados. No obstante, las
primeras composiciones inspiradas en las cualidades particulares del fortepiano
fueron concebidas por Ludovico Giustini en 1732 cuando publica sus 12 sonatas
para piano, las cuales no tuvieron gran acogida por el público debido a su
extrema sencillez y falta de coherencia en la unidad motívica en varias
secciones.
La primera vez que las cualidades expresivas del fortepiano
verdaderamente cautivaron a la humanidad fue en Inglaterra en 1768, año en el
cual Johann Christian Bach ofrece el primer concierto monumental en este
instrumento, mientras que su hermano Carl Philipp Emmanuel Bach será el primer
compositor de renombre para este instrumento, al cautivar tanto al público como
a la crítica por sus novedosas sonatas y por su técnica virtuosa en cada una de
sus improvisaciones.
Algunos de los avances que definitivamente dieron origen al piano actual
fueron los siguientes: la inclusión del pedal “fuerte” en 1783 por la firma
Broadwood, el perfeccionamiento del mecanismo de pulsación de la tecla gracias
al novedoso mecanismo de doble escape propuesto por el francés Sebastian Erard
en 1823, y la construcción del bastidor en hierro fundido para sostener las
cuerdas gracias la firma Steinway en 1859, que también supuso un enorme avance
en la calidad tímbrica del instrumento[4].
[1] Randel, D. M.
Diccionario Harvard de música. Madrid: Alianza editorial. 1997. p 250.
[2] Tranchefort, F.R. Los
instrumentos musicales en el mundo. Madrid: Alianza editorial. 1996. p. 196.
[3] Randel, D. M.
Diccionario Harvard de música. Madrid: Alianza editorial. 1997. p. 797.
[4] Siepmann, J. El piano:
su historia, su evolución, su valor musical y los grandes compositores e
intérpretes. Barcelona: Robinbook. P. 21.
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