El piano es uno de los pocos instrumentos que tienen la ventaja de
representar, en una puesta en escena individual, una amplia gama de sonoridades
similar al registro que una orquesta puede proyectar. Cada instrumento tiene
una función clara en la orquesta; por ejemplo, una viola normalmente no puede sobrepasar
la sonoridad de un violín, ya que el rol de la primera es resaltar precisamente
la melodía principal a través del acompañamiento, mientras que el segundo la
mayoría de las veces se desempeña como el instrumento que realiza la melodía
principal[1].
Cada instrumento musical tiene una tesitura característica y un timbre
especial que le otorga una función concreta, ya sea la de acompañar
homofónicamente, la de realizar una melodía principal, o ser parte de
determinado bloque armónico. Así mismo, cada parte de la obra, concretamente,
cada una de las líneas melódicas y armónicas que hacen parte de ella, confieren
al menos una de estas dos funciones a determinados registros del piano.
Es este aspecto el que hace que un pianista deba buscar la sonoridad de
cada una de las líneas melódicas y armónicas de cada obra con un justo
equilibrio, de la misma manera que un conjunto vocal u orquestal debe buscar la
sonoridad que caracteriza a cada bloque instrumental con el fin de lograr una
mayor claridad. En toda obra que se
interprete en el piano este concepto de pensamiento orquestal es básico para
lograr buenos resultados interpretativos.
Debido a estas complejas texturas presentes en la escritura pianística,
muchas obras originales para piano han sido orquestadas, adquiriendo incluso
mayor fama en su nueva versión orquestal. Este no fue solo el caso de esta
obra, también los Etudes-Tableaux de Rachmaninov orquestados por Respighi; las
Variaciones de Brahms sobre un tema de Haydn orquestadas por el mismo
compositor; Petrushka de Prokofiev, los últimos tres Estudios Sinfónicos de
Schumann orquestados por Tchaikovsky, entre muchas otras obras.
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